Un día cualquiera

 

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Se miraba en el pequeño espejo de la habitación, detenidamente se observaba, como queriendo encontrar algo en sí, que al mismo tiempo no sabía bien que era. Pero todas las mañanas hacía la misma rutina, formaba parte ya de un ritual, diciéndose a sí misma, que si hoy no era, mañana podría ser. Algo inconscientemente le rondaba por la cabeza.

Y mientras tanto seguía con todas las cosas que tenía que hacer, iba de un lado a otro, casi siempre con prisa, corriendo, como si el tiempo se le escapara de las manos y pensando que no había tiempo que perder. Era como una obsesión que la sumía en un estado casi autómata, sin apenas darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor y por la misma razón no disfrutaba ni se deleitaba con ello. Era como inexistente, no había nada más allá de su mirada fija, puesta en una misma dirección y entre sus pensamientos.

Al fin y al cabo todo era siempre de esa manera, había adoptado esa forma de vivir, hasta que un día todo ello le jugo una mala pasada. Cayó desvanecida, sin fuerzas y como si todo a su alrededor diera vueltas como una peonza y la tierra se abriera ante sus pies, todo en unas décimas de segundo.

Ya solo fue consciente de lo sucedido al despertar en una sala de urgencias del hospital, cuando una enfermera amablemente la llamaba por su nombre.

Y ella un poco adormecida todavía, preguntaba:

-¿Qué ha sucedido? ¿Porqué estoy aquí?

-Ha tenido mucha suerte, de que su vecina saliera de casa al mismo tiempo que usted, me alegro de que se encuentre mejor, nos ha dado un gran susto.

Le decía el médico del turno de urgencias que la había atendido cuando llegó. Mientras tanto le iba relatando lo sucedido y el estado en el que se encontraba. Y aunque en realidad había tenido suerte por la rapidez de la intervención, no significaba que el asunto fuera cualquier cosa.

Ella un tanto atónita escuchaba detenidamente con atención cada palabra, puesto que no recordaba nada, trataba de comprender y no hacía más que hacerle preguntas al doctor y porque había ocurrido, mientras extrañada se veía conectada a una máquina llena de cables, débil y asustada. Y sin apenas fuerza, la voz a todo esto le salía entrecortada, y sus ojos se inundaron de lágrimas, sin entender aun de manera consciente lo delicado de la situación.

Estaba como una niña asustada, que desearía refugiarse en los brazos amorosos de su madre para calmarse, pues recordaba como se tranquilizaba al hacerlo cuando era pequeña y su madre estaba ahí para reconfortárla y se sintiera segura.

De eso ya había pasado muchas estaciones a lo largo de su vida,  pero en ese momento lo recordaba como si fuera ayer, pues esa sensación reconfortante de paz y sosiego que le causaban esos brazos amorosos, los de su madre, no lo había olvidado nunca. Y aunque ella ya no estaba con ella para hacerlo, ella seguía sintiéndolo porque estaba en su corazón. Su madre seguía viva en ella, a pesar de haber partido hacía ya algún tiempo.

Un tiempo que a veces no quería recordar por el dolor que le causaba su ausencia y la falta que aún le hacia, como en esos momentos, pues para ella su madre era la fuerza para caminar y seguir en el camino sobre todo cuando se tornaba difícil.

Dios, como la echaba de menos, la extrañaba incluso más de lo que pensaba y al recordarla sintió esa punción en el pecho que la dejaba sin aliento. Deseando en lo más adentro de su ser, que pudiera entrar por esa puerta y sin decir nada abrazarla de nuevo. Y sabiendo que eso no iba a suceder se entristeció y  de nuevo volvió a desvanecerse.

Permaneció así un rato, mientras los médicos y enfermeras se dedicaban a restablecerla de nuevo, porque había perdido el sentido y no iban a permitir mientras estuviera en sus manos perder una vida que pareciera querer apagarse por momentos. Y no estaban dispuestos a dejarse ganar la batalla y dejarla ir, era joven todavía y estaban ahí para salvar vidas, sus años de estudio, de esfuerzo y duro trabajo debían de servir para algo así que no se dejaron vencer.

En medio del silencio y que solo la respiración se sentía, se escuchó un clamor que decía, ¡por fin! y entre los presentes se cruzaron unas miradas de alivio. Por momentos pareciera que todo se había ennegrecido y al mismo tiempo que la luz había vuelto, por lo menos es lo que sentían, se podía vislumbrar el alivio en sus rostros, en esas caras sudorosas por la tensión vivida.

Personas que a fin de cuentas ponen en cada acción un poco de sí mismos, aún queriendo dejar de lado la emoción y el sentimiento, para que profesionalmente no les afecte.

Había sido una noche de duro trabajo, donde la muerte había venido a visitarlos para llevarse consigo su presa, como siempre fría y despiadada, con un halo frío que inunda hasta los huesos. Llenando la estancia de un mudo silencio e intentando que por esta vez, no pudiera suceder y hoy se saliera con la suya y se fuera sola por donde había venido.

Y sí en esta ocasión se había ido, momentáneamente, pues a hurtadillas seguía al acecho, pues cuando se empeña no se da por vencida, permanece hasta el final sin prisa, esperando la acción de nuestros errores, para llevarse consigo lo que ha venido a buscar.

Ella camina despacio, lentamente y llega sin previo aviso, un día cualquiera, sin hacer ruido. Tomando de la mano lo que considera suyo, más sabiendo que la eternidad es su compañera.

 

 

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